Esta obra, concebida como una suerte de ready-made, nos acerca a la simbología de la propia imagen fotográfica estableciendo un paralelismo entre el proceso de duelo y la durabilidad de la imagen latente.

El carrete de medio formato expuesto en una vitrina y cubierto por un velo negro translúcido no es un rollo de película cualquiera. Son las últimas imágenes existentes realizadas por la autora a su padre antes de fallecer, cuando su estado degenerativo aún no era demasiado evidente. La película se perdió entre otros carretes esperando un momento de mayor calma para ser revelado y cayó en el olvido. No fue hasta años más tarde, tras la muerte de éste, cuando reapareció, transformando así completamente su valor y significado, convirtiéndose en la película más valiosa y de mayor carga emocional. Y precisamente por este gran valor asociado fortuitamente al objeto se presentaba la duda: revelarlo y obtener así algunas imágenes más que probablemente no cumplirían las expectativas, o preservarlo como imagen latente, proyectando en esos doce fotogramas la improbabilidad de encontrar la imagen ideal, el mejor y más emotivo de los retratos realizados.

Y mientras la duda persiste, la pérdida se transforma con el paso del tiempo, como también lo hace la imagen latente, que pese a ser preservada de la luz continúa su propio proceso imparable hacia la destrucción.